miércoles, 2 de septiembre de 2009

Una Perla gallega llamada Manuel

Érase una vez un molusco al que parieron berberecho. Era gallego, moreno y chiquitín. Tenía los ojos muy vivos, una boquita perfecta y una nariz tan tierna, que casi no tenía aletas para sostener los mocos. Sus progenitores lo observaron y decidieron colgarle para siempre un nombre en la etiqueta de su concha. Así fue como Manuel, alias el berberecho, se dio a conocer al mundo.
Tenía una buena concha, (mucho mejor que la de Santiago), aunque con el tiempo, Manuel, que era muy listo, desarrolló una serie de habilidades camaleónicas que le permitían cambiar de aspecto. Por ejemplo, un buen día, siguiendo un impulso ancestral, decidió dejarse barba y bigote. Después, pensó en darle un giro celta a su vida y así, creó el traje chaqueta en azul espiral. En la actualidad, ha perfeccionado tanto su concha que, a veces, se le ve con algunas espículas de pop-art en la espalda contoneadas a su antojo por sistema inalámbrico wifi de redes neuronales.


Como manda la tradición, Manuel, que era muy aplicado en sus estudios, se dedicó a lo que se supone que hacen mejor los berberechos intelectuales: a filtrar. Y era muy bueno en su oficio, tanto, que llegó a la universidad y después, hizo la tesis doctoral.


A Manu el berberecho, le gustaban las sirenas de cabellos largos más que las berberechas de su localidad. Y es que era un soñador empedernido. En su tiempo libre, cuando no estaba en el limbo, se dedicaba a cuidar los jardines orientales de fitoplancton marino. Le gustaba desbrozar y trabajaba con sus manos de jardinero, tanto las microalgas ornamentales como las destinadas al sector de la alimentación funcional. Además, era un berberecho muy sensible y sentía predilección por la música clásica, los fados y el jazz. Nunca se le oyó cantar, a pesar de tener una voz hermosamente honesta. Es posible que lo hiciese en silencio mucho mejor que Frank Sinatra.


Y resulta que Manuel decidió, en un día de aburrimiento y agobio existencial, salir de viaje a explorar el universo. Eran tiempos en los que llovía de forma incesante. Y así, en uno de sus viajes, inesperadamente, se encontró en una estación de tren, con una sirena rubia que pasaba por delante de sus ojos disfrazada de bailarina rusa. Se quedó extrañado y decidió frecuentarla. Entonces, se dio cuenta de que era una sirena anómala y miedica. Muy caballeroso, se ofreció a acompañarla varias noches al salir del trabajo. Para distraerla, él se ponía muy elegante con el traje de azul espiral y le mostraba los tesoros que había encontrado en su oficio de filtrador. Ella le escuchaba con gran admiración.


De repente, un día que hablaban de sus cosas, a la sirena le dio un ataque de fiebre de franqueza y comenzó a llorar. A él no le gustaba ver a la sirena triste, así que la intentó consolar. Ella, conmovida por su sensibilidad, decidió revelarle varios secretos.


La rubia sirena le confesó al berberecho que creía que se había enamorando de él. Aunque ella no tenía claro si el enamoramiento era de él o de los tesoros que él le mostraba. El berberecho, que recibió la noticia por teléfono mientras estaba filtrando de una forma muy apasionada, sufrió un cólico de vértigos de la impresión y se engulló, de repente, un buen trago de arena.


Pero eso no fue todo. La sirena tenía un secreto mucho más íntimo. Ella no era una sirena rubia que a veces se disfrazaba de bailarina rusa. Ella era, en realidad, otra cosa.


El berberecho estaba desconcertado. Aún así, era un berberecho muy caballeroso y curioso, así que, contuvo sus agonías y se quedó muy quieto mientras observaba a la sirena.


Ella le fue haciendo un streaptease poco a poco, hasta quedarse absolutamente desnuda ante él, desprendida del disfraz. Lo que se encontró Manuel ante sí, fue un inmenso y amplio mar. Era la mar de ojos verde-azulados más extraña que había visto nunca y albergaba en su interior, las féminas más variadas de todas las especies. Y es que él era de Galicia y ella, nació en el Mediterráneo.


De todo aquello, ahora sólo queda un buen recuerdo y una bonita amistad entre los dos. Como resultado del cólico de vértigos, el berberecho, que había acumulado arenilla en el riñón, se puso algo pachucho. Con el poder mágico de las olas, la mar le regaló un traje de perla preciosa, único en el mundo, con sus infinitas capas bordadas a mano.


El destino los separó por un tiempo. Ella ahora sigue siendo multidisciplinar y ha pasado un tiempo revuelta de olas y engendrando un par de remolinos. Y es que, tras el periodo de maternidad, le echaba de menos, porque sólo con él tiene confianza y puede desnudarse y charlar cómodamente. Así que, la mar buscó a su perla y retomó el contacto.


Desde hace unos meses, como han vuelto a ser amigos, son felices y comen perdices….aunque con la mar no hay que jugar mucho, que nunca se sabe....


1 comentario:

mutante dijo...

Interesante:

"a la sirena le dio un ataque de fiebre de franqueza y comenzó a llorar"


Ese tipo de fiebres son las mejores de todas, te dejan desnud@.